La soledad enseña a vivir más que la compañía.
El problema es que las enseñanzas de la soledad sirven únicamente para la convivencia.
Luis García Montero. La casa del jacobino.
Como cada día, esta mañana disfrutaba del deseo que esta aventura genera en mí y de lo afortunada que soy al participar de lleno en ella.
Recuerdo el momento en que dábamos nuestros primeros pasos, todavía titubeantes, en mayo de 2019, tímidos y precavidos intentos porque aún no nos conocíamos, apenas habíamos acercado nuestros cuerpos, nuestras manos no habían aprendido a apoyarse y darse calor; tan mayores y tan vírgenes. Habíamos sido presentados por terceros, por amigos bienintencionados que pensaban que podríamos llegar a una relación seria. Al principio nuestros esporádicos encuentros fueron desvaneciendo algunas dudas y afirmando muchas más.
Nuestro amor no pretendía ser exclusivo ni asfixiante, queríamos una relación amable, abierta y buscábamos la participación de los otros, en ocasiones auténticos desconocidos. En tan solo unos días pasamos del ménage à trois a la veintena, de la emoción al vértigo: ¿les gustaré a todos?, ¿me gustarán lo suficiente para seguir juntos?, ¿no seremos muy mayores para este idilio?, ¿qué pensarán nuestros hijos?, ¿seremos capaces de vivir juntos?…

Antes de que apretara el calor de julio, me propusiste, no sin cierto rubor, un desayuno cerca de la basílica del Pilar para que la Virgen bendijese nuestra alianza. En diciembre me llevaste a comer a un club exclusivo, había tan poca gente ajena a lo nuestro que me sentí única, especial. Más tarde, cuando llegó el frío, tomamos un chocolate de media tarde en un bar de barrio, a plena luz del día, y me presentaste a tus amigos. Con el nuevo año te atreviste a plantear una excursión por la orilla del río, caminamos rozándonos apenas, haciéndonos confidencias, riendo las ocurrencias que venían a nuestra boca para agradarnos mutuamente.
Casi sin darnos cuenta fuimos integrando en nuestro amoroso pacto nuevos participantes, amigos de nuestros amigos. Incluso hicimos un llamamiento público a través de las ondas para que los interesados acudieran a nuestro encuentro. Era tanta nuestra pasión que establecimos pequeños grupos para ahondar en nuestro interior y compartir lo mejor de nosotros mismos. Conversaciones, debates, discusiones, alejamientos y reencuentros se han sucedido en este poco tiempo que llevamos juntos.
Nuestra relación progresa gracias al esfuerzo de todos y al impulso de algunos que nos llevan a nuevas etapas de compromiso, solo soñadas en la intimidad de nuestra alcoba. Ahora ya no sabría existir sin la emoción de encontrarte, de verte a mi lado, de procurarte los cuidados necesarios para tu bienestar porque sé que tú harás lo mismo por mí.
El auténtico final feliz sería vivir y envejecer juntos, mirándonos a los ojos, activos, pendientes los unos de los otros, siempre ilusionados. Eso significaría que habríamos sido capaces de superar todos los obstáculos económicos, los problemas de búsqueda de solar, los roces de la convivencia diaria y que, definitivamente, se habría cumplido el clásico colofón: Juntos hasta que la muerte nos separe.
Una crisálida enamorada