
A la vora del mar. Tenía
una casa, el meu somni,
a la vora del mar
A la orilla del mar. Tenía/una casa, mi sueño,/a la orilla del mar.
Salvador Espriu
Media Europa elige disfrutar de su jubilación en la costa española, el Mediterráneo como símbolo de la buena vida, igual les da que sea en el Levante o más al sur. Les atraen muchas cosas pero sobre todo les enamora la vitalidad que transmite el buen tiempo. Qué placer sentir el calorcito del sol en las trabajadas articulaciones, pasear entre naranjos, pedalear por las pacíficas carreteras secundarias o caminos de la costa, descubrir el horizonte lejano sobre el mar y los cielos claros, apaciguadores, quizás con alguna nube que nos entretenga buscándole parecidos a sus formas siempre distintas.
Hecha esta pequeña introducción, luego volveré sobre ella, quería reflexionar conjuntamente con todas ¿qué nos ata al lugar en el que hemos vivido nuestra edad productiva? ¿es quizás el instinto tribal y el sentido de pertenencia? Perdonad, pero cuando debo o quiero pensar siempre recurro a la poesía que es el género escrito que evoca diciendo lo máximo de lo mínimo. Decía el poeta polaco Tuwim defendiendo su ciudad a pesar de los pesares: “Exalte a Sorrento y a Crimea/quien se perece por la belleza/ pero yo soy de Lozd/ y el humo negro me es dulce y agradable.” Es verdad que la rutina o el peso de lo ya vivido suele imponerse en nuestras decisiones o en la falta de decisiones, nos cuesta mucho cambiar; pero ¿no será mejor ser audaces en este tramo culminante de nuestras vidas, dar un giro de ciento ochenta grados y poner tierra de por medio con nuestras antiguas limitaciones y apostar por un clima y unas tierras que nos ofrecen lo que aquí no tenemos?
El placer de la vida al aire libre con tiempo benigno y saludable, suavizado en verano y en invierno por la cercanía del mar, el ambiente caldeado, el sol acariciante y el mar al fondo a veces calmado, otras veces agitado como nosotras mismas. Quizás tengan razón aquellas personas que apostaron por abandonar la tradición que las ligaba al terruño y decidieron darse una nueva oportunidad esta vez vinculada a los placeres del clima mediterráneo, a su luz invitadora, a los sabores plenos de los huertos de los payeses que saben saborear la tranquilidad de la vida junto al mar.
Decía Skármeta que decía Neruda en su El cartero de Neruda: “Aquí en la Isla, el mar y cuanto mar. Se sale de sí mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. No puede estarse quieto. Me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla. Entonces con siete lenguas verdes, de siete tigres verdes, de siete perros verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece, y se golpea el pecho repitiendo su nombre”.