
Tenía palabras guardadas para empezar a escribir, palabras que no se fugan de mi memoria, como se fugaron las estrellas, sobre todo las que no pudimos ver.
Llegamos a Torrecilla de Valmadrid. Había pocos coches, en la plaza donde habíamos quedado sólo estaba el de Javier. Nada más aparcar llegaron las del tercer vehículo y ya estábamos todas.
Once personajes fantásticos para organizar un campamento poético bajo las estrellas, y digo poético porque no hay mejor poesía que compartir viandas y no hay poema más perfecto que una buena tortilla de patata. ¡Ay, esa tortilla!, nos hizo sucumbir a todas y postrarnos ante semejante manjar aportado por las hermanas Antolín. Estábamos tan inmersas en devorar esa exquisitez que no se nos ocurrió documentar el acto. A la tortilla le acompañaba una ensalada de verano de Lola y un poco de jamón, longaniza de pavo y otras fruslerías que quedaron relegadas a un segundo plano hasta que Concha nos sacó sus empanadillas de cabello de ángel, y caímos en la tentación del dulce. No faltaron bebidas, aunque no espirituosas, para acompañar el recital.
Por un momento pensé si las perseidas (percebeiras, según la madre de Pilar, que estuvo presente en su memoria) sólo eran una excusa para cenar en armonía.Llegó la hora de tumbarnos en hamacas y esterillas bajo el influjo de una noche serena y con las estrellas difuminadas por la calima, pero el trasiego de linternas alumbrando el camino de gente que venía con neveras y hamacas incomodaba bastante. Aquello parecía Benidorm en agosto prepandémico.
Estrellas vimos pocas, dicen que cuatro grandes y algunas pequeñitas, yo personalmente vi tres y las pequeñas ni las sentí. Hubo quienes pudieron pedir sus deseos, confieso que no me daba tiempo.
Pero bueno, al fin y al cabo, los deseos los pedimos cada día, sobre todo el que se realicen nuestros sueños comunitarios, porque como decía la película de Trueba “vivir es fácil con los ojos cerrados”, vivir y soñar van de la mano, porque la vida sin sueños sería insoportable. Después del primer deseo, ya se sabe, pedimos por la salud, nuestros hijos y otras cosas que no voy a enumerar porque puede ser que ahí las coincidencias se alejen.
Vimos titilar estrellas y casi titilamos nosotras, alguien hasta se imaginó un Ovni y extraterrestres que nos vienen a buscar para llevarnos en su nave a lugares lejanos y extraños, alguna, dispuesta a irse, sobre todo para hacer tiempo a que nuestro sueño común se realice. Y es que de tanto mirar a las estrellas daba la impresión que todas se movían.
Se levantó un aire fresco que agradecimos después de los 42 grados que habíamos sufrido en esta Zaragoza, a veces infernal.
Poco más de las 12 de la noche y ya era el día siguiente. Levantamos el campamento con sensación de felicidad compartida.
Perseidas pocas, poesía mucha, sobre todo ese soneto alejandrino perfecto de una gran tortilla de patata riquísima, que hicieron para 12 personas.
Y de todas las palabras que tenía apuntadas, me queda la palabra bóveda, que no recuerdo cuando la incorporé al diccionario mental y no sé dónde encajarla.
Me queda decir que esta experiencia, la podíamos repetir sin necesidad de mirar al cielo.