Con los pies en el suelo y la cabeza en los cielos
La verdad es que no me gusta mucho hablar de mí misma. Ni escucharme. Ni escribirme. Y no sé si empezar por el principio o por el final, porque todo está interrelacionado y no sería la que soy sin lo que he vivido.
Nací en noviembre de 1957. Soy una sagitario que se identifica con su signo: emprendedora, viajera, optimista, independiente y cabezona. Si me propongo algo voy a por ello hasta conseguirlo, pero nadie me obligará a hacer nada que no quiera o me parezca injusto.
Ya de niña me encantaba leer. A los siete años dije que de mayor quería ser lectora, y, como parece que no fue sólo una gracia de niña, estudié Filología Hispánica y he dedicado los 37 años de mi vida profesional a ser bibliotecaria o a trabajos relacionados con los libros en distintas instituciones. Siempre en Zaragoza.
Y ahí viene otro de mis rasgos: nací en Zaragoza, siempre he vivido aquí, y llevo la ciudad en el ADN. Aunque he tenido periodos de desapego (en la juventud), ahora sé que no podría vivir en otro lugar. Es mi casa, la conozco bien, y me muevo por ella como por territorio aliado.

Para mí la ciudad no es sólo la geografía, sino su vida, sus gentes. Por supuesto los amigos, la familia, los compañeros de trabajo. Pero también todo ese tejido social con el que colaboro y he colaborado.
Mis padres eran conservadores, pero durante toda su vida, prácticamente hasta su muerte, participaron en distintas asociaciones y colectivos. Eso es parte de mi herencia. Desde que entré en Scouts cuando era adolescente, toda mi vida he participado en organizaciones que promovieran una justicia social en un aspecto u otro. He sido activista en movimientos ecologistas, organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, de desarrollo como Fundación Vicente Ferrer…, he participado en la Coordinadora de Organizaciones Feministas, en la Federación de Barrios…y muchas otras, algunas de ellas dedicadas al fomento de la lectura y la cultura.
La lucha contra el trasvase me llevó a hacerme militante de Chunta Aragonesista, donde permanecí más de una década y tuve cargos(= cargas) orgánicos, institucionales y de representación. Esos años aprendí mucho sobre la naturaleza del género humano, conocí “La red profunda” de la ciudad, y descubrí la diferencia entre intentar cambiar las cosas desde la oposición y la calle, y tener en tus manos la posibilidad de cambio.
Mi padre era un intelectual al que le hubiera gustado que yo fuera una erudita al estilo de las del siglo XIX. Mi madre era ama de casa y habilidosa. De esa síntesis, cada uno tirando para su lado, yo soy predominantemente intelectual, pero me encanta hacer todo tipo de manualidades. Me descansa, relaja, y siempre tengo que tener algo entre manos.
Me apasiona todo lo relacionado con el poder de la mente, lo esotérico, y creo en lo que no se ve casi tanto como en lo que se ve. Intento descubrir recursos que me ayuden a vivir mejor. Utilizo la aromaterapia, la meditación…y no voy a desvelar todos mis secretos.
Y creo que va siendo hora de terminar.
Lo más importante de mi vida: mis dos hijos.
Lo que me da más miedo: la muerte, la enfermedad, el sufrimiento de las personas a las que quiero.
Cuando teníamos 20 años, con las compañeras-amigas decidimos montar una comuna. Nos sentíamos “hippies”. Iríamos a vivir al campo. Sólo había un problema: no nos poníamos de acuerdo en los chicos a los que invitaríamos a vivir con nosotras. Porque, eso sí, queríamos uno para cada una. En menos de dos años todas teníamos novio y el sueño comunal se había desvanecido.
Ahora parece que el sueño ha vuelto, madurado, seniorizado, capitalizado, pero algo pervive: el deseo de una vida en común, de compartir, sonreír, disfrutar, vivir en paz.