Margareta Magnusson es una anciana sueca, como dice ella, entre 80 y 100 años, que nos enseña el “Dostadning”, el arte sueco de ordenar antes de morir.        

Aunque el título sobrecoja el corazón, ella nos cuenta con simpatía y humor, cómo va deshaciendo su casa familiar cuando, ya mayor, va a ir a vivir a un piso de dos habitaciones a otra ciudad, Estocolmo, más cerca de sus hijos.      

El dostadning no sólo se hace pensando en la muerte y en liberar a los familiares del enorme trabajo de dilapidar las propias posesiones. Según ella, se debería hacer cada 10 años, pues nuestra vida va cambiando, y lo que antes nos servía, ahora ya no tiene un lugar en nuestra vida. De hecho, lo hacemos cada vez que nos cambiamos de casa.

 Comprimir una casa no es algo que se haga en unas pocas horas: es un trabajo costoso que hay que hacer con tranquilidad y tomándose el tiempo necesario, de manera que esa “revisión” de nuestras pertenencias, además de permitirnos saber qué queremos conservar y de lo que podemos prescindir, nos sirva de disfrute y satisfacción: nos dé la oportunidad de reencontrar el significado y los recuerdos asociados a cada objeto, recrear momentos felices y volver a vivir nuestra historia con los objetos que vamos desechando.

Donar a amigos, a familia, a vecinos, a asociaciones benéficas… no sólo aligerará nuestra casa. Reciclar beneficia al planeta y a las personas que reciben algo que pueden necesitar. Vender algunos objetos hará que otras personas creen sus propios recuerdos en base a ellos.

Nos quedaremos con lo que nos cabe, nos gusta, nos hace la vida más cómoda y placentera, tenemos un cariño especial o queremos que nos acompañe para mirarlo de vez en cuando. Ordenar las pertenencias y tirar la mayoría de las cosas materiales es un proceso emocional que ayuda a valorar y reflexionar sobre lo que realmente se necesita para ser feliz y lo que no.

En el mundo en que vivimos, tendemos a acumular. Las pertenencias crecen y pueden llegar a descontrolarse. Una nueva visión nos llevará a ver la vida más cómoda y agradable si nos liberamos de parte de la abundancia. Disfrutar de los objetos sin necesidad de poseerlos.        

Magnusson es directa, práctica, una anciana simpática y consciente, solidaria y comprensiva. Dice que “envejecer no es cosa para debiluchos”. Hay mucho que hacer.      

Aunque, como humanos, nos incomoda pensar en la muerte, el libro de Magnusson nos ayuda a plantearnos de forma práctica el adelgazamiento de nuestra casa de cara a vivir en una vivienda más reducida, con un tipo de vida más simplificada. Hacia el decrecimiento y minimalismo. Y hay tiempo.

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