Hace unos años me regalaron el libro “Atlas de los lugares soñados”, de Dominique Lanni.      Recoge un buen número de lugares soñados a través de los tiempos por hombres y mujeres que proyectaban en esos lugares desconocidos su imaginario colectivo, sus deseos, temores y fantasías.      

Los mapas dejaban entrever las lagunas, las dudas, los interrogantes y las certezas de la humanidad. Delimitaban territorios, marcaban mares y ríos, dibujaban a los habitantes, y los relatos de los exploradores daban vida a esos nuevos mundos.    

Así, junto a mares y tierras conocidos, surgidos del océano o fruto de la imaginación aparecieron en diferentes puntos del globo y en épocas más o menos remotas regiones, islas, tierras y reinos envueltos en un aura misteriosa, rodeados de leyendas o totalmente soñados.    

 ¿Hasta dónde llega el borde del mundo? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a ir?      

¿Dónde empieza Berberia? ¿Es comienzo o final?¿Hay transporte publico?      

Catay, Cipango y las Indias representaban el mundo fabuloso de Oriente, y despertaban las ilusiones de cartógrafos, mercaderes y viajeros. ¿Será Zaragoza? ¿Será un pueblo ribereño? ¿Habrá suficiente vegetación?¿Olerá a ricas especias o a granja?

Muchas de esas tierras tenían su mito o leyenda asociado: Troya, Citerea, el país de las amazonas. El Gihón, afluente de las Fuentes del Nilo, llevaba al paraíso. Durante siglos los exploradores arriesgaron vidas buscándolo. ¿Seremos felices allí?      

¿Podremos desarrollar nuestro proyecto? Cuando Marco Polo volvía, sus hombres sacaban de los dobladillos de sus ropajes perlas y piedras preciosas. El reino de Saba, el Dorado prometían riquezas sin fin. El ansia de gobernantes y mercaderes impulsaba nuevas expediciones. No importaban los peligros, las vidas perdidas ni los temibles monstruos.

Los viajeros esperaban encontrar su Ítaca, y ponían su empeño en llegar y perder las menos vidas posibles por el camino. Porque sabían que todos eran necesarios en la navegación y a la llegada, cuando realmente empezaba la aventura y el trabajo. Allí todos eran imprescindibles. Los beneficios vendrían luego.

A la vuelta, cada uno daba su visión. Todas con matices diferentes. La mente interpreta lo que el ojo ve, y una llanura puede ser un secarral, un paisaje arbolado una utopía, una montaña un obstáculo, una pared florida un nido de bichos, un río cercano abundancia o peligro. Brumas inquietantes o amigas, sol acogedor o agente cancerígeno. Las emociones y sensaciones son subjetivas, y lo mismo puede ser insoportable, tolerable, inapropiado, imprescindible o pasar inadvertido para unos u otros.      

Las crisálidas buscan un lugar para convertirse en seres alados. Lugar lleno de tesoros y riquezas, o idílico donde el alma se reencuentre consigo misma y con el universo. Con aroma a flores, a bosque, a mar, a ciudad. Cerca o lejos. Poblado por seres amables con los que poder relacionarse. Calor o fresco, brisa o cierzo.      

Buscamos un Cipango idealizado en el que seguir volando. Queremos ser colon@s de un espacio aún sin nombre que haremos nuestro, que será nuestra casa y convertiremos en hogar compartido.      

Ahora sólo queda aunar y entretejer nuestros imaginarios, y dotar bien las carabelas para que tengamos víveres hasta el final, evitar la inanición y el agotamiento, sujetar bien el mapa y…¡Viento en popa a toda vela!

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