Llevamos un tiempo haciendo caminatas y ya tenemos las botas amoldadas a nuestros pies. Hemos recorrido un largo trecho y ante nuestros ojos se alza majestuosa la mole que tenemos que ascender y para la que nos hemos estado preparando.

   Un pequeño hormigueo recorre nuestro cuerpo y aunque nuestro sueño es llegar a la cima, mil preguntas surgen en nuestro interior: ¿Me siento fuerte para intentarlo? ¿Llegaremos todos? ¿Estamos preparados y dispuestos a sufrir ventiscas, rozaduras, sol a plomo? Las dudas pueden ser interminables pero hay que empezar a andar y calzarse las botas una vez más.

   En la montaña sabemos, cuando somos un grupo y lo que queremos es llegar todos, que tenemos que amoldarnos al paso del más lento, entendiendo que el que va más ligero tiene que frenar la marcha, retener su ímpetu e incluso echar una mano si quiere que su compañero llegue también. Al final podremos disfrutar ambos de esa sensación maravillosa de haberlo conseguido y de poder vivir juntos esos momentos. Pero la verdad es que no siempre ocurre así; generalmente se hacen grupos según el nivel y se llega escalonadamente.

   Cuando has estado en ambos lados, sabes lo difícil que resulta en ocasiones bajar el ritmo para ir a la par de tu compañero; hacerlo, sin embargo, te permite solidarizarte con esa persona y a la vez te hace sentir bien y feliz por repetir lo que otros hicieron por ti en otros momentos. Gracias a ellos has progresado y llegado a metas que nunca hubieras conseguido sola. También reconoces que muchas veces no quisiste entorpecer la marcha y te quedaste sin llegar a la cima para no retrasar o impedir que el resto siguiera su ritmo o porque el esfuerzo era demasiado para tus fuerzas.

En nuestra vida nos proponemos meta no siempre fáciles y, como en la montaña, veo un gran paralelismo entre la ascensión a cualquier cima y nuestro proceso en el proyecto que tenemos entre manos, no exento de dificultades pero también ilusionante y motivador. No queremos dejar a nadie atrás pero es realista comprender que no todos podremos llevar a cabo el reto que tenemos por delante por motivos muy diversos y comprensibles.

   El tiempo avanza, las cosas cambian a nuestro alrededor en un mundo complejo y nuestro proyecto no puede ser ajeno, como no lo somos nosotros. Es improbable que todo el grupo se encuentre al mismo nivel y con el mismo músculo para afrontar la última cresta y tendremos que prepararnos para aceptar nuestras propias limitaciones .

   Habrá que pensar si el que corre más y tiene más fuerza está dispuesto a sacrificarse por el resto y también saber si quien va a la zaga querría realmente y se sentiría bien frenando al grupo.

   Cualquier postura es respetable y tampoco sería bueno forzar a ninguna parte porque, se haga lo que se haga, lo más importante es hacerlo con libertad y sintiendo que la decisión tomada sea la mejor en beneficio de todos y por supuesto valorando la propia fuerza.

   El trayecto recorrido ha merecido la pena, nuestra cima sigue ahí esbelta, hermosa, sabiendo que siempre habrá intrépidos que lo van a conseguir. Pocas veces hay un único camino, se pueden explorar otros e intentarlo porque las botas siguen engrasadas y nuestros pies todavía con ganas de seguir caminando.

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