En El huerto de Emerson, Landero vuelve al territorio de los recuerdos, donde le gusta abandonarse de esta manera aparentemente deslavazada. El autor deja desarrollarse sola a la novela y que vaya tomando la forma como mejor le parezca.

Comienza en su pueblo natal, Alburquerque (Badajoz), contando historias que recuerdan las oídas alguna vez por algunos a la luz de la lumbre en las noches de invierno. Landero nos presenta personajes y sucesos de su infancia como aquellas tardes donde languidecía el día con aparatosas ventiscas y ruido intenso de pájaros hasta que se colocaban cada uno en su rama, mientras las mujeres entraban y salían entre tinieblas de las casas para dar vuelta de la cena u otros menesteres, mientras los hombres se dedicaban a pensar cosas importantes. A él, como niño, a veces esas mujeres siempre trajinando le parecían espíritus y más cuando encendían las velas en la noche cerrada y la rana de la charca empezaba a cantar.

   Personaje aparte es Pache con su boliche en medio de la nada y qué decir de los primitivos e inocentes Floren y Cipri, sus primos, que viven el largo noviazgo de la España rural del siglo pasado. Su primo Floren es grande y torpe y en la novela hay una anécdota digna de reseñar donde aparece algo de realismo mágico cuando una figura de la mesa, al ver tan torpe a Floren, decide tirarse de la mesa.

   Otro capítulo magistral es el de la docencia. El miedo a perder el asombro es una de las constantes de Landero cuando llega a la edad adulta. Por eso recomienda a sus alumnos que no dejen de bucear en los recuerdos, además de leer a los autores que le han guiado en su vida. Les recuerda el consejo del filósofo y escritor Ralph Waldo Emerson, de que cada cual ha de aceptarse a sí mismo con orgullo y contento, lo que Landero ilustra con la metáfora del huerto que a cada uno le ha tocado en suerte, sin envidiar lo ajeno, «conformes y alegres con nuestras lechugas, por pequeñas y pálidas que sean”.

En la novela confiesa que no le gusta viajar, a pesar de que ha viajado mucho. Por ejemplo, una vez en Buenos Aires se alegró de un día de lluvia que le permitió refugiarse en un bar para dar un paseo imaginario con Borges por Palermo. O esperar a despedirse de su novia para imaginarla en casa. Él se define platónico. Quizá porque, como él dice, “la memoria instintiva de los sentidos es más aguda y duradera que la memoria real”.

   Landero, una vez más, nos ofrece en esta novela un perfecto manejo del idioma, de las figuras literarias y un uso magistral de las estructuras literarias.

Recomiendo leerlo dos veces.

Luis Landero

EL HUERTO DE EMERSON

Tusquets Editores – Colección andanzas

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