Yo de pequeñita pensaba que no sabía cómo funcionaba el mundo, así que leía y leía esperando encontrar respuestas. Mis padres eran inmigrantes que tan apenas habían ido a la escuela, marcados a fuego por la guerra civil. La atmósfera que se respiraba en casa era asfixiante, tenían mucho miedo de todo e ignoraban casi todo también. Aun así, quisieron darme la mejor educación que pudieron, es decir unos colegios de monjas. El primero fue terrible: represor, castigos y mucha ignorancia. El segundo, menos mal, era progre y mucho más caro. Mi madre quiso siempre que sus hijas fueran libres, así que no tenía ningún interés en que aprendiéramos a llevar una casa, bordar, o tareas similares. Yo era buena estudiante, destacaba en dibujo y lectura.
De jovencita mis asignaturas preferidas eran la literatura y la física. Era un poco rarita. Al final venció la primera y he necesitado estar en contacto y utilizar medios de expresión como la fotografía, el dibujo, la pintura y la escritura como acompañantes en el viaje de la vida y en el intento de comprender cómo funciona el mundo y yo misma, pero me faltaban códigos y mapa.
Tuve la opción de estudiar —lo cual agradezco— pero hasta un punto: el que consideraba mi padre que era suficiente. No entendía que la hija de un obrero pudiera ir a la universidad, así que tuve que trabajar (aprobé unas oposiciones) y estudiar (Literatura Española) y no solo eso: tenía tantas ganas de todo que comencé a salir y trasnochar. Claro que mi padre ya no podía decirme nada: yo había comprado mi libertad. Pobre hombre y familia, lo llevé al límite de su paciencia.

He viajado a muchos lugares lejanos por mi cuenta (en casa ni se enteraban), otra de mis pasiones desde que pude pagármelos.
Siempre he pertenecido a distintas asociaciones de la ciudad: culturales, trotamundos, grupos de montaña y esquí, e internacionales.
Y cuando llegó la maternidad, aparqué durante un tiempo mis inquietudes, dejando solo la pintura. Era el viaje más deseado y tierno, y una de mis mejores aventuras. Tuve que viajar y vivir en el extranjero para poder traer a mi pequeño.
El viaje de la vida continuaba y yo seguía sin saber bien cómo funcionaba el mundo y yo misma, así que después de múltiples actividades hacia el exterior, comencé un viaje largo hacia mi interior, que resultó ser determinante para la persona que soy ahora. Mi segunda aventura, otro viaje sin mapa, intenso y satisfactorio, después de la de mi hijo. Me hubiera gustado haber empezado al revés en mi vida, hubiera sido otra, o tal vez la misma, pero lo importante en vez de qué es lo que se vive, es el cómo, y eso si hubiera sido diferente.