
Nací en Madrid, donde viví hasta los 17 años, de padres aragoneses, en una familia económicamente acomodada en donde, sin despilfarro, mis cinco hermanos y yo siempre hemos tenido lo que realmente necesitábamos.
Mi infancia la recuerdo feliz, tanto en Madrid como en los veranos que iba al pueblo de mi madre, en la ribera del Ebro, aguas abajo de Zaragoza. En aquellos años, mis tíos que vivían en el pueblo todavía no tenían hijos y me encantaba pasar temporadas con ellos. Los fines de semana bajaban mis tíos y primos que vivían en Zaragoza y nos juntábamos una buena cuadrilla. Mis abuelos maternos habían tenido 7 hijos y 24 nietos. Mi primera bicicleta me la compró mi abuelo a los ocho años.
Estudié en Madrid, en los Escolapios, hasta los 14 años. Les planteé a mis padres que no quería seguir estudiando allí y 5º, 6º y Preu, los hice en el Instituto San Isidro de Madrid. Estamos hablando de finales de los 60 y principio de los 70, con todos los acontecimientos que ocurrieron en esos años en contra de la dictadura franquista.
En el instituto me impliqué en el movimiento estudiantil, lo cual tuvo como consecuencia que con 17 años, en las navidades de 1970, el tristemente famoso Billy el Niño me detuviese en la boca del metro de Moncloa junto a otros dos compañeros. Tres días antes habían detenido a otro compañero en una manifestación, hecho que desconocíamos los tres, que habíamos quedado previamente ese día en ese lugar.
Pasé diez días en los calabozos de la llamada D.G.S. en la Puerta del Sol (ahora sede de la Comunidad de Madrid), de donde salí el día 31 de diciembre hacia la cárcel de Carabanchel. Era finales de marzo de 1971. Entonces estaba en vigor el llamado estado de excepción, y te podían tener detenido por tiempo indefinido. No llegué a tener ningún tipo de juicio en el llamado Tribunal de Orden Público.
Mi salida de Carabanchel fue “negociada” con mi padre, a condición de que me marchara de Madrid. Destino: Soria, donde tenía unos tíos.
Allí estuve seis meses preparando los exámenes de Preu. Cuando volví a Madrid en septiembre para examinarme de un grupo que me había quedado pendiente en junio, una noche a las doce sonó el timbre de casa y dos personajes de la Brigada Político Social pusieron toda la casa patas arriba en busca de “propaganda subversiva”. No encontraron nada, pero nuevamente me llevaron a dormir cinco o seis días a los calabozos de la Puerta del Sol.
Por este motivo, mis padres me mandaron con mi abuela a vivir y estudiar en Zaragoza en la Escuela de Ingeniería Técnica de Corona de Aragón, para ver si me dejaban tranquilo. Tras una fuerte discusión con mi padre, abandoné mis estudios a finales de curso, me puse a trabajar, me iindependicé y me fui a vivir con mi primera compañera.
Desde entonces mi residencia ha sido Zaragoza, donde seguí defendiendo mis ideas, ya más ligadas al movimiento obrero.
La dictadura todavía estaba en el poder, y por estar “rezando” en una iglesia, me volvieron a detener junto con más gente y durante varios días tuve que conocer los calabozos del Paseo de María Agustín. La cárcel de Torrero solo la conozco por fuera.
En esos años, militando en un partido de izquierdas, conocí a nuestra compañera Ángela. Hacía muchísimos años que no nos habíamos vuelto a ver.
Con 26 años tuve mi primer hijo. Entré a trabajar en una empresa grande, la Constitución ya estaba aprobada y mi actividad “política” fue bajando, aunque nunca he abandonado mis ideas y siempre he estado en un sindicato, con más o menos actividad.
En la empresa, pronto empecé a promocionar y pasé por distintos puestos, lo cual supuso tener que vivir temporadas en otras ciudades.
Participé en la creación de la Tertulia Albada con otros compañeros de la Escuela de Ingeniería Técnica. De la Tertulia siempre he sido socio, aunque mi presencia en los últimos 25 años ha sido muy escasa, pero siempre me agrada recibir el boletín mensual que publican, y poder participar en los miles de actos que han ido organizando en todos estos años aunque, en realidad, la mayoría solo han quedado en la intención. Allí conocí a nuestra compañera Pepa.
Es posible que sea un poco inaguantable, porque me he divorciado dos veces, me he casado tres y tengo cuatro hijos de mis dos primeros matrimonios.
A mis 53 años Telefónica me ofreció prejubilarme “voluntariamente”, tal como hacía con toda la plantilla al llegar a esa edad y, aunque económicamente deje de ganar parte de dinero, recuperé mucho tiempo libre para hacer muchas otras cosas. Nunca me he aburrido o pensado que no tenía nada que hacer.
En mi prejubilación, me separé de mi segunda esposa. Me dediqué a estudiar y practicar distintas actividades (inglés, montañismo, domótica, bailes de salón…) y conocí a mi actual pareja, Lucía.

Por otra parte, creo que soy una persona dialogante. Rechazo las personas sectarias y dogmáticas, no me importa poner en tela de juicio mis ideas e intentar comprender la idea de los demás, para intentar sacar conclusiones constructivas.
Siempre he tenido en la cabeza la idea de que, sobre todo en la etapa senior de nuestra vida, había que tener otras formas de vivir. Pero esto estaba aparcado en algún lugar de la cabeza, sin darme cuenta de que el DNI cada vez era más viejo.
Gracias a que mi cuñada Clara me comentó la idea de acudir a una reunión con una asociación llamada Las Crisálidas, os he ido conociendo y dando forma a las ideas que tenía aparcadas en mi cabeza.
Espero que, mientras tenga fuerzas, poder desarrollar y disfrutar de esta forma de convivencia, desarrollo y ayuda mutua en el marco del cohousing.