Carmen Antolín

Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas /doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas…! / ¿Adónde el camino irá?. / Yo voy cantando, viajero / a lo largo del sendero… / -la tarde cayendo está -/

Antonio Machado

  Y para mi este camino, soñado desde siempre, creo que lo encontré en el otoño de 2019, cuando de la mano de un amigo entré en contacto con un grupo de personas que buscaban también compartir la “tarde” de sus vidas desde el respeto, la autonomía, el crecimiento personal, la solidaridad… y quizá con algunos, la amistad.

   Y emprendí junto a ellos este camino, difícil pero precioso, de vivir en común abiertos a la libertad.

   Nuestro primer empeño fue conocernos. Pero conocerse no es fácil.

   Mostrar quién eres, así de entrada es complicado, sobre todo para las personas que no se conforman con una biografía que casi parece un currículum en el que se aporta lo que le parece que interesa a los demás: de dónde somos, la familia, los estudios que has cursado, el trabajo que has desempeñado, aficiones y gustos, amigos, conocidos comunes…

   En fin, para empezar, eso no cuesta mucho trabajo, y tiene su importancia el saber estas cosas porque son una parte de las que nos han ido conformando en los años vividos.

   Por ejemplo, para mí es importante decir que mis ojos han visto la luz en la dura posguerra en un pueblecito pequeño del Bajo Aragón, y que amo su arcillosa tierra roja aunque únicamente haya vivido allí durante los veranos. Que he tenido una infancia muy feliz rodeada del cariño de mis padres, de mis hermanos y de la familia y disfrutado de los amigos. Que viví una adolescencia muy peleada por mis deseos de libertad e independencia en lucha con la superprotección familiar y del ambiente social que se respiraba.

   Que, después del Bachillerato, en un colegio de monjas, me gradué en Peritaje Mercantil, porque tenía prisa por empezar a trabajar.

   Y tuve la suerte de conseguir hacerlo en la Universidad de Zaragoza, donde he trabajado, en diversos puestos administrativos, durante 46 años. Me he encontrado allí muy a gusto, en un ambiente agradable y muy interesante, viviendo desde una posición inmejorable los cambios que han acaecido en el mundo universitario, desde las primeras revueltas estudiantiles junto a unos chavales que tenían la misma edad que yo…

   He pretendido siempre que mi trabajo fuera un servicio hacia las personas con las que me he tenido que relacionar, que han sido muchas y muy variadas.

   El tener un trabajo fijo y seguro ha sido estupendo para mí porque llevada por mi curiosidad y mis ganas de aprender pude emprender otros caminos, que no tenían nada que ver con mi profesión.

   Lo primero que me tentó fue la Escuela de Artes Aplicadas y ese mundo informal y un poco loco de los 60, que me llevó a montar junto a tres compañeras, un pequeño estudio de decoración en tiempos difíciles, en los que aún estaba queriendo nacer el Colegio Oficial de Decoradores y lo más duro era conseguir, siendo mujer y joven, que los gremios te valorasen y tomasen en serio como profesional.

   Pero una cosa lleva a otras y el arte me interesaba mucho, sobre todo las artes decorativas, así que me matriculé en la Facultad de Filosofía y Letras, para estudiar Historia del Arte.

   Disfruté y aprendí mucho, pero también fue muy duro compatibilizar mi trabajo de horario fijo con el estudio de decoración y el sacar curso a curso la Licenciatura, ¡además, por supuesto, de no perderme ninguna fiesta! Pero lo logré cerrándola con una tesis sobre artesonados mudéjares con el título de «La techumbre de la Casa de Gabriel Sánchez» publicada por el Ayuntamiento de Zaragoza junto con la Institución Fernando el Católico. A esto siguieron los cursos monográficos de doctorado, la participación con comunicaciones en Congresos Internacionales de Mudejarismo y el empiece de una tesis doctoral que tuve que abandonar por motivos familiares y económicos.

   Y cuando cumplí 50 años decidí que había dos cosas que no quería dejar de hacer: andar el camino de Santiago desde Canfranc a Finisterre y estudiar Ciencias Sociales en su faceta de Trabajo Social ¡Y lo conseguí!

   Ahora, ya, mi trabajo empieza a ser “desaprender”.

   Pero las personas somos complejas, no solo tenemos una faceta académica y profesional, hay muchas otras en cada una de nosotras: la afectiva, la familiar, la social, la espiritual, la filosófica, la política, la más íntima del puro disfrute con todo lo que la vida nos brinda… ¡y eso es la esencia de las personas, su “misterio”!.

   Llegar a eso es difícil, hay que descubrirlo, poco a poco, sin prisas, en esas canciones del sendero que dice Machado, o también como le explicaba el Zorro a aquel niño rubio que llegó a la Tierra, desde su minúsculo asteroide, buscando amigos: “Hay que tener mucha paciencia. Empezarás por sentarte un poco lejos de mí, así en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…” Para encontrarlos hay que “crear lazos” con mucho respeto, y eso requiere echarle tiempo y muchas ganas… O como en el romance del Conde Arnaldos: “Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va…”

   ¿A dónde?, caminantes, ¿a dónde el camino irá?

El poder del perro

No había leído ninguna novela del Oeste hasta que vi “El Poder del perro” de Jane Campion. Quedé tan impactada que después de verla fui a buscar la novela de Thomas Savage en la que está basada la película.

    La novela fue publicada en 1969 y su argumento coincide perfectamente con la película.

   Está narrada con un estilo claro, sencillo y una estructura lineal que supongo debe coincidir con el estilo clásico de las novelas de este género. Pero el lenguaje empleado, tanto en el relato literario como en el relato fílmico, hacen de la misma narración dos obras de arte completamente diferentes. La novela tiene fuerza y sensibilidad. Se lee muy bien, a pesar de los dramas y las cosas tan terroríficas que cuenta.

La acción transcurre en Montana, alrededor de 1924. Nos muestra a Phil y George, dos hermanos propietarios de un rancho con miles de cabezas de ganado. Son muy diferentes entre ellos: George es tranquilo, imperturbable, y dirige el negocio. Phil es el responsable de una numerosa cuadrilla de vaqueros fuertes y rudos. Activo, inteligente y con una admiración por Bronco Henry, ya muerto y convertido en leyenda, y del que habla continuamente a sus trabajadores. George no tiene ningún sentido del humor y solo desea vivir tranquilo. Se casa con Rose, que regenta el restaurante donde suele comer el grupo de vaqueros en los traslados del ganado. Rose tiene un hijo, Peter, del que Phil se burla por su amaneramiento y apariencia poco masculina, y tan lejos de la imagen de total masculinidad, de hombre-macho que se ha forjado y tras la que se oculta. Al casarse George y Rose se van a vivir al rancho familiar donde todavía los dos hermanos compartían aún el mismo cuarto. Estos cambios modifican la conducta de Phil que emprende una campaña contra ella que la empuja hacia el alcoholismo y la destrucción.

   Pero de repente la película da un vuelco, pasa de ser un western con todos sus componentes a ser otra cosa. Los personajes que estaban encerrados en sí mismos con la personalidad que se habían autocreado van evolucionando y se produce un cambio radical, se van descubriendo reacciones distintas en ellos, y abriendo la puerta a lo que ocultaban: la masculinidad falsa, la violencia tapada, la maldad disimulada, la venganza larvada, la debilidad escondida… Y aquí el trabajo de los actores se vuelve genial. Tanto que da como miedo el sentir que algo tan terrible como lo que están representando sea a la vez tan bello y te haga disfrutar de la inteligencia y el arte que tienen para mostrar ese estudio psicológico de los personajes y sus reacciones y sus relaciones con los otros…

   El paisaje, una naturaleza salvaje, dura, fuerte, que casi duele al verla, sin concesiones apenas, solo suavizándose acompañando en algún momento “por exigencias del guión” y que es un elemento tan importante y genial en la película como la interpretación.

   Maravillosa también la fotografía. Hay que verla en pantalla grande, ¡se lo merece!

   La película es dura, salvaje, brillante, brutal, pero bellísima. Con una violencia concentrada y terrible. Es una película de vaqueros, con hombres ásperos, rudos como el paisaje desolado de sus montañas, pero también es un estudio psicológico de sus personalidades, una película de suspense que analiza las relaciones y reacciones de los personajes, dosificando la información hasta el terrible desenlace final.

   Me gustó mucho, ¡muchísimo! Y os animo a verla sabiendo que es dura, violenta, incómoda… Y si la veis desde una mirada feminista, analizar este mundo de hombres puede ser muy interesante.

   Pero no os dejéis engañar por mi entusiasmo: ¡hay a quien no le gusta!

Carmen Antolín

Vermú torero en el jardín de Míchel y Teresa

[4 de junio de 2022, 12:00]

  Desde que empezamos a recorrer este camino crisálido ha habido una palabra clave: “conocernos”.

   Este Boletín es un medio estupendo. No hay ningún problema en contar generalidades sobre uno mismo, hacer un resumen de sus currículos: es información que nos sirve en una primera etapa, como un acercamiento a la persona. Pero desnudarse por “dentro” es muy difícil. Algunas personas han sido valientes y se han atrevido a contarnos “quiénes son” o “quiénes creen ser”. Otras somos más tímidas, nos da más pudor… ¡y nos callamos! Pero aprovechamos todas las oportunidades que se nos brindan para “presentarnos” tal cual somos.

   Y ahí entran esos encuentros formidables que con la excusa de pasar un día juntos y con una gran dosis de generosidad, las crisálidas y crisálidos nos ofrecen su espacio, su casa, para encontrarnos.

   El sábado, 4 de junio del 2022, fueron Teresa y Michel, los que se “inventaron” un vermú torero en su terrero de Montañana. ¡Y pasamos un día fabuloso!

   Ya casi somos maestros en eso de repartirnos por los coches y allí que fuimos llegando los veintidós componentes de la última lista y creo que alguno más.

   Nos recibieron los anfitriones y fuimos pasando al jardín. ¡Una maravilla! Allí descubrimos a un Michel que sabíamos aficionado a la jardinería y que tenía “un huerto”, pero aquello era como un sueño: árboles preciosos (yo me quedé prendada de un cedro negro que parece salido de un cuento de hadas), y miles de flores con las que “juega” a reproducirlas y hasta un grupito de macetas dispuestas para que nos las pudiéramos llevar si las queríamos, y un invernadero grande para proteger semilleros y plantitas… ¡En fin, con semejante afición entendí perfectamente que no le apeteciera irse a vivir a “Puente de tablas”.

   Después se “hicieron” espontáneamente dos grupos: uno en la cocina con Teresa para preparar las ensaladas, la ensaladilla rusa y las demás cosas, y llevarlas a una mesa enorme, a la sombra, y el otro grupo junto al fuego, con Michel para asar las carnes y las brochetas.

La comida fue un éxito y los postres muchos y muy variados ¡y muy ricos todos!

   Después un rato de charla, sin mesa por delante, en un corro grande, para aprovechar de hablar de las cosas que nos preocupan ahora y que no tenemos ocasión de hablarlo si no es en los grupos pequeños. Estos ratos son interesantes, aunque tensionan un poco porque allí vemos las diferencias de opinión de unos y otros. Principalmente: el tema del solar (que se nos está haciendo largo), la financiación del nuestro proyecto, la distribución de costes… Y la constatación de que hay que seguir hablando mucho todavía.

En fin, un día estupendo y con ganas de repetir, y muy agradecidos a Teresa y a Michel por haber propiciado este encuentro y por las chuletillas, el chorizo, los pinchos, etc, etc y por el calor sufrido junto a las brasas. Pero sobre todo por el calorcico de su acogida y su cariño.

Asaltar los cielos

  No, no asustarse porque este título parezca provocador. No tiene ningún matiz político que pueda molestar a nadie. No es esa mi intención. Es solamente porque quiero hacer llegar un GRACIAS muy grande a quienes me ayudasteis a llegar, allí tan arriba, donde el cielo se junta con el lago, con la niebla, con “las Crisálidas cuidadoras”, empujando, tirando de mi con fuerza (¡soy muy pesada!) para llegar al lago. Hacía muchos años que no conseguía llegar a ninguno. Por dificultades físicas, pero también por miedo a quedarme varada a mitad camino y no poder subir ni bajar. Pero vosotros (es plural inclusivo, pero no pasa nada, es un detalle hacia las minorías) lo conseguisteis, ¡y no sabéis cuánto lo disfruté y cuánto lo agradezco!

   Es curioso cómo las dificultades, cuando no son problema, se olvidan. Subí hasta allí hace ya unos cuantos años y por eso, me animé alegremente a subir y a coger la telecabina y luego ¡hale, al trenecito, a disfrutar de una mañana preciosa! Y luego… al lago d´Artouste…

   Y me sorprendió el no encontrar el lago allí mismo, nada más bajar del tren. Pero… tenía tantas ganas… que sin medir fuerzas, emprendí la cuesta hacia arriba, y a las pocas escaleras vi que aquello ¡no era para mi!. Pero Conchi, que sabía cuánto me apetecía, me animó, me cogió del brazo y continuamos la ascensión. Y allí vino lo estupendo: las manos, los brazos, los pies y las fuerzas de las Crisálidas aupándome, junto a las que acompañaban dando ánimos paso a paso hasta el borde del embalse, y… ¡a bajar después, que aún era más difícil!

   Y ya os lo dije: “No volveré a hacerlo más”. Pero me llevo la seguridad y así quiero decíroslo, que no hay que preocuparse por el tema de los “cuidados” en la Casa de Las Crisálidas, qué si sois capaces de hacer esto, solo por regalarle a una persona la gozada de este asalto a los cielos, ¿Qué no haréis, que no haremos, para cuidarnos unos a otros cuando sea necesario?

   ¡Muchas gracias!