Crónica sentimental del Fórum de Barcelona

[25 al 27 de noviembre de 2022]

Llegamos al AVE a primera hora de la mañana. El viaje se me hizo corto, iba bien acompañada por Alicia, José Luis, Ana, Caco, Lola, Moly, Marian y Alfredo, todos dispuestos a escuchar y aprender de esa experiencia que se nos antojaba muy interesante. Ya en Barcelona, la parada del metro para llegar al hostal nos dejó en la monumental Sagrada Familia de Gaudí. A partir de esa majestuosa obra ¿qué podía salir mal? Nada, sólo alguna anécdota.

   Como llegar al hostal y que estuviera cerrado. Tranquilos, pensé, Caco lo arreglará, ella sabe resolver cualquier contratiempo. Exacto, Caco tiró de móvil y en pocos minutos llegó una señora que nos dio todas las claves para acceder a las habitaciones que aún no podíamos ocupar. Dejamos las maletas en un cuarto y nos pusimos en marcha hacia la Universitat Pompeu i Fabra (UPF), no sin antes hacer una parada en una de las de cafeterías con ambrosías que había en el camino, a la búsqueda del cruasán perfecto de Moly. El ambiente era el de un grupo de amigos, animados y bien avenidos. Con cualquiera que hiciera pareja iba a gusto. Eso sí, con prisa: parecíamos el correcaminos, y es que no queríamos perdernos nada. Queríamos empaparnos de cómo solucionan las diferentes casuísticas en otros lares.

   Cuando llegamos a la universidad, nos dieron la credencial y entramos al salón de actos, donde políticos y funcionarios de diversas administraciones, especialmente de Cataluña pero también estatales, dialogaban sobre las políticas públicas en materia de vivienda. Se pusieron de relieve las dificultades técnicas y la lentitud de las administraciones para cambiar normativas que van quedando obsoletas. Pero me sorprendió el entusiasmo de algunos alcaldes o funcionarios intermedios que apuestan por el tipo de soluciones que proponemos. Y me apenó que la representación de políticos y funcionarios de Aragón fuera… inexistente.

   Pausa para comer y hacer red. Comimos en la cafetería de la uni. Ambiente muy animado, en medio del ruido de platos y tenedores. Entre las personas que se acercaron a nuestra mesa con mucho interés fue el abogado de Sostre Civic. Tened en cuenta que éramos la delegación con más participantes, fuera de Catalunya. Quería saber cómo iba lo nuestro, estuvo muy amable y nos dio mucho ánimo.

   Desde las 13:45 a las 15:00, debate entre municipios y la Declaración de Barcelona, con la presencia de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona y presidenta de la Red de Municipios de Economía Social y Solidaria, además de otras autoridades de fuera de Barcelona muy interesados mostrando el compromiso político con el impulso del cooperativismo en cesión de uso entre distintos niveles de la administración. Dando soporte a la Declaración antes citada, tocaba ir a ver proyectos de vivienda ya habitados. A todo esto, ya se nos habían unido Lucía y Ernesto, que vinieron en coche. Nos dividimos en dos grupos: unos fueron a Cal Cases y otros fuimos a La Borda, pero de eso ya hemos dado cumplida cuenta.

   Ya buscando sitio para cenar, Alfredo se cayó en la calle por no mirar dónde pisaba, sin consecuencias. Nos comimos unas pizzas riquísimas y a casa, donde nos surgió otra anécdota: habían subido el equipaje a las habitaciones ¡qué bien! dijimos. Sí, pero no todas las habitaciones se abrían con la clave que nos había dado y, para colmo, una de las que no se abría era donde estaban las maletas. Ya me veía yo sin cepillo de dientes, sin ducha y sin muda para el día siguiente. La eficaz Caco volvió a llamar a la encargada del hostal y aclaró el malentendido. Asunto resuelto y a dormir, que al día siguiente teníamos otra maratón. Para mi recuerdo, un día precioso a pesar del cansancio.

   El sábado, después de un buen café, empezamos la jornada, en el Parc de la Ciutadella con dinámicas de conocimiento y vinculación entre comunidades: consistía en formar grupos y cambiar impresiones con ellos. Allí conocimos a gente de Canarias, Asturias, Navarra… y pudimos constatar que en todas partes tenemos problemas parecidos.

De allí salimos en manifestación hacia la Plaça Sant Jaume. Sujetando la pancarta en la caminata, nuestra Alicia.

   Ahí, concentración y parlamentos en defensa de la Vía cooperativa por el derecho a la vivienda. Llegamos tarde al comedor de la UPF y, al parecer, fue una suerte porque comimos mejor en un restaurante que nos caía de paso.

   Por la tarde, nos repartimos en las diferentes aulas rebosantes de gente entusiasta y muy entreverada de edad hablando y escuchando de cuidados y personas mayores, de economía… La verdad es que fueron muy generosos y tocaron todos los temas que nos interesaban. Todos comentaban lo difícil que es bregar con las entidades bancarias y también lo arduo que resulta comprar un terreno ideal si no persistimos en dar la batalla contra estos políticos de vista corta. Todas tomaban notas, Lola no paró de escribir y Marian también las tomaba con el móvil.

   Cena para recoger fondos para las vecinas multadas parando desahucios. Era en la calle, donde la fecha del carnet no significaba nada para los asistentes y los jóvenes no tenían ningún prejuicio de sentarse con los menos jóvenes y de otras comunidades. Se respiraba conciencia solidaria y buen rollo. Las exóticas viandas… elogiadas y denostadas, que de todas opiniones se oyeron.

   Nos fuimos a dormir y, por la mañana, una chica de rasgos orientales llamó a una de nuestras puertas pidiendo ayuda en inglés porque “no toilet in my room”. ¿Qué no hay baño en tu habitación? Nos la enseñó y, efectivamente, tenía ducha y lavabo, pero no inodoro. Nos movilizamos, en pijama y con cara de sueño hasta que Caco (siempre Caco), llamó a la encargada y nos aclaró que la chica tenía que usar un baño común de la planta al que se accedía con su clave. Un baño que ni siquiera estaba señalizado como tal. Mientras, ya le habíamos franqueado el paso para que usara uno de uno de nuestros baños lo cual, aliviada, agradeció con cortesía oriental.

La actividad de la mañana del domingo también estaba dividida en tres ejes, así que nos repartimos en ellos. Uno de los ejes era los Open Space, o sea, espacios abiertos al diálogo en corro, unos temáticos y otros territoriales. Lógicamente, nos apuntamos al de Mayores y al de Aragón. En el de mayores debatimos sobre nuestra problemática

propia y nos dejamos el email para seguir en contacto. En el de Aragón, además del encuentro con las compañeras de A Cobijo, Somos Cuidados Comunes y La Replazeta, tuvimos la ocasión de conocer los proyectos rurales emergentes. Con todos ellos acordamos trabajar y también integrarnos en el Grupo Senior a nivel nacional.

   Tras la clausura del Fórum, nos fuimos a comer con unos amigos de Ernesto y Lucía que viven allí. Comimos en la Barceloneta una paella muy buena, con buen vino y buenos postres. Ya liberados de faenas, paseamos hasta la hora de la salida del tren por la playa y subimos hasta llegar a Colón y Ramblas. Estaba la tarde-noche preciosa, con mucha gente en la playa disfrutando y la Rambla a rebosar, ya que, en contra de lo pronosticado, hacía un tiempo maravilloso. A pesar de mis quejas por el cansancio me lo pase genial. Gracias a José Luis, Anika y a todos los demás por no hacerme caso. Cuando nos sentamos en el tren, después de coger el equipaje en consigna me di cuenta de que la convivencia con personas así es posible y deseable. Os quiero. Un beso a todos.

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El huerto de Emerson, de Luis Landero

En El huerto de Emerson, Landero vuelve al territorio de los recuerdos, donde le gusta abandonarse de esta manera aparentemente deslavazada. El autor deja desarrollarse sola a la novela y que vaya tomando la forma como mejor le parezca.

Comienza en su pueblo natal, Alburquerque (Badajoz), contando historias que recuerdan las oídas alguna vez por algunos a la luz de la lumbre en las noches de invierno. Landero nos presenta personajes y sucesos de su infancia como aquellas tardes donde languidecía el día con aparatosas ventiscas y ruido intenso de pájaros hasta que se colocaban cada uno en su rama, mientras las mujeres entraban y salían entre tinieblas de las casas para dar vuelta de la cena u otros menesteres, mientras los hombres se dedicaban a pensar cosas importantes. A él, como niño, a veces esas mujeres siempre trajinando le parecían espíritus y más cuando encendían las velas en la noche cerrada y la rana de la charca empezaba a cantar.

   Personaje aparte es Pache con su boliche en medio de la nada y qué decir de los primitivos e inocentes Floren y Cipri, sus primos, que viven el largo noviazgo de la España rural del siglo pasado. Su primo Floren es grande y torpe y en la novela hay una anécdota digna de reseñar donde aparece algo de realismo mágico cuando una figura de la mesa, al ver tan torpe a Floren, decide tirarse de la mesa.

   Otro capítulo magistral es el de la docencia. El miedo a perder el asombro es una de las constantes de Landero cuando llega a la edad adulta. Por eso recomienda a sus alumnos que no dejen de bucear en los recuerdos, además de leer a los autores que le han guiado en su vida. Les recuerda el consejo del filósofo y escritor Ralph Waldo Emerson, de que cada cual ha de aceptarse a sí mismo con orgullo y contento, lo que Landero ilustra con la metáfora del huerto que a cada uno le ha tocado en suerte, sin envidiar lo ajeno, «conformes y alegres con nuestras lechugas, por pequeñas y pálidas que sean”.

En la novela confiesa que no le gusta viajar, a pesar de que ha viajado mucho. Por ejemplo, una vez en Buenos Aires se alegró de un día de lluvia que le permitió refugiarse en un bar para dar un paseo imaginario con Borges por Palermo. O esperar a despedirse de su novia para imaginarla en casa. Él se define platónico. Quizá porque, como él dice, “la memoria instintiva de los sentidos es más aguda y duradera que la memoria real”.

   Landero, una vez más, nos ofrece en esta novela un perfecto manejo del idioma, de las figuras literarias y un uso magistral de las estructuras literarias.

Recomiendo leerlo dos veces.

Luis Landero

EL HUERTO DE EMERSON

Tusquets Editores – Colección andanzas

María Yus

La chica que soñaba en colores

En aquellos años grises de mi adolescencia y primera juventud, yo soñaba en colores. Quizá eso me salvó de caer en la filosofía maniquea que me rodeaba. Todo lo que me gustaba estaba mal visto. Por eso, al poco de hacer la primera comunión dejé de pasar por el confesionario que me amargaba la vida. Soñar despierta en colores me daba oxígeno ante a una realidad mezquina, me llenaba de energía para nadar a contracorriente. Sí, era una chica rara en mi entorno. Por la noche, bajo las sábanas con un transistor, escuchaba en emisoras extranjeras la música prohibida. Recordaréis Je t’aime moi non plus, por ejemplo. Y lo último de la música que me llegaba de los festivales contra la guerra de Vietnam con aquellos hippies vestidos de flores de colores, como mis sueños. De ahí nació una rebeldía contra el sistema difícil de gestionar con mi mundo exterior.      

Mala estudiante, contestona. Para mi padre era una avispa roya por mi terquedad. Pero claro, cómo explicarle que soñaba con estar en el festival de Woodstock. Eso se quedaba para mí como un sueño imposible. Pese a todo, trabajé desde los catorce años en una fábrica de zapatos y cumplía sin esfuerzo con mi obligación de entregar en casa el sobre con la paga semanal, imprescindible para llegar a fin de mes. Qué menos después del ejemplo del trabajo incansable de mis padres para sacar adelante a cinco hijos en tiempos de hambre, en aquella larga posguerra.

 Pero sabemos que la juventud lleva adherida en sus genes el ansia de experimentar y vivir el momento, que no desaproveché. Los bailes en los guateques, con Los Brincos, Adamo… los primeros novietes, el primer beso. Tenía la edad perfecta para reír por cualquier cosa, y de disfrutar a pesar de todo. No obstante, mis ideas contrastaban con mi entorno. Amigas que buscaban a toda costa un novio oficinista y con traje mientras que yo, romántica empedernida, anhelaba el amor aunque fuera de un obrero con mono. En consecuencia, me fui escorando a la izquierda, mi sitio desde que tengo memoria. Cambié de amigos y los guateques por carreras delante de los grises. 

Conocí a las mujeres libertarias de la CNT, valientes maestras del feminismo. Y con mis nuevos amigos asistía a los locales donde actuaban La Bullonera, Joaquín Carbonell y el añorado Labordeta. Luego llegaban los vinos hasta las tantas de la noche.

En una quedada conocí a Alfredo. Flechazo a primera vista. Y, mira por donde, era oficinista con traje. Menos mal que mi mala influencia y las ganas de cambio de él hicieran que pronto calzara vaqueros y se dejara barba, para disgusto de su madre. No me equivoqué. Ha sido el compañero tolerante, feminista, con el carácter justo para mantener sus principios y con una gran curiosidad que le ha proporcionado una amplia cultura autodidacta.      

La lectura ha sido uno de mis refugios. Yo no he ido a la universidad, pero en mi familia el culto a la lectura ha sido una constante. Cuentos para la pequeña, tebeos de mis hermanos, novelas del oeste, casi siempre cambiadas o compradas de segunda mano. Más de una vez acompañaba a los tatos al coger cardillos que vendíamos a las amas de casa, limpios de pinchos. Con el dinero que sacábamos nos daba para ir al cine. No podía perderme Godzilla o comprar alguna novela de viejo, La Isla del Tesoro o Huckleberry Finn. Casi siempre lecturas de chicos, la verdad es que me gustaban más que las ñoñas novelas de chicas. La llegada del Círculo de Lectores nos puso al alcance de la mano clásicos memorables. He vivido mil vidas a través de los libros, he bailado en la Plaza del Diamante como si fuera la Colometa y he conocido a Aureliano Buendía en su Macondo natal.

Con el cierre de la fábrica de zapatos me puse a estudiar para paliar mi fracaso escolar y… descubrí que me gustaba. Aprobé oposiciones a pinche de cocina y trabajé en el hospital de Barbastro y luego en el Miguel Servet, donde más tarde cambiaría a costurera. El trabajo, los viajes y la convivencia con Alfredo, fueron conformando una situación de estabilidad construida sobre la base del mutuo respeto. Así, decidimos regalarnos un cielo y nació Alejandro. Le amo, y encima se lo merece.      

Con el paso de los años he ido valorando cada vez más el ejemplo de mis padres. Trabajadores, bondadosos, héroes para mí. Mi casa era tierra de acogida para todo el mundo. Nos gustaba pasar el rato delante de la estufa con la madre de todos, la mía. Ellos fueron queridos y respetados por quienes les conocían. He pretendido imitarlos en la difícil tarea de ser buena persona, no sé si lo conseguiré.      

Hace mucho tiempo soñé en formar parte de un proyecto de vivienda colaborativa. Al día de hoy estamos cerca de conseguirlo un grupo de personas tan llenas de ilusión como yo. No le puedo pedir más al destino. Convivir con los que, sin duda, serán mis amigos, mi familia, es un sueño cumplido. Gracias.