Mi viaje

  Mi nombre es Ana y nací en Sabiñánigo en la Navidad de 1958 cuando todavía se nacía en casa, la estufa de leña era la calefacción central y se vivía con los abuelos.

   Mi familia provenía de Ainielle por parte de mi padre y de Lárrede por parte de mi madre. Sus historias difíciles y duras, forjadas a base de trabajo y privaciones por la época que les tocó vivir, me impregnaron desde pequeña y marcaron mi carácter. Sus vidas siempre han sido el ejemplo que me ha servido para seguir adelante a pesar de los reveses de la vida. Siempre he sentido amor y reconocimiento por lo mucho o poco que me hayan podido dar, teniendo siempre presente su generosidad.

   Mi infancia la recuerdo entre los abuelos, tíos y mucha familia. La vida se centraba entre el colegio, los deberes y la vida y juegos en la calle. Con mi hermano, cuatro años mayor, conocí los primeros tebeos, pero siempre eché en falta tener muchos libros en casa. Eran otros tiempos…

   Los veranos calurosos e interminables los pasaba en Escuer con unos tíos donde se vivía entre las faenas del campo y el cuidado de animales. Era mi lugar de veraneo y yo disfrutaba correteando al aire libre pero también empecé a sentir la melancolía y soledad en esas horas de siesta que sí o sí tenías que hacer.

   Mi pueblo quizá no tiene nada de especial pero tiene como telón de fondo un paisaje envidiable que todavía hoy me emociona, llamado Pirineo. En esa primera época no supe ver lo que significaba, a veces no se valora lo que tienes a tu alrededor, pero me sirvió en todo caso para enraizarme con la montaña, sin duda con lo que más he disfrutado en mi vida.

   Tras hacer el bachiller, preparé unas oposiciones en Huesca de administrativa para Correos y aprobé. En aquel momento no era consciente pero me sirvió para poder hacer siempre una vida independiente. Mi primer destino fue Pamplona. Con 19 años empecé a trabajar y a despertar a una nueva vida que me hizo replantear muchas cosas. Fue una época emocionante y muy intensa en lo personal y conflictiva en la vida política. Estoy hablando de finales de los años 70. Esta etapa me sirvió para hacer mucho callo y, entre pelota y pelota de goma, también hice el COU.

   Me gustaba mucho la poesía, la filosofía, escribir, leer y fantasear. Trasladada a Zaragoza, me matriculé en Filosofía con un pensamiento un tanto romántico que no se ajustó a la realidad, así que no acabé la carrera. Me sigue gustando y sigo haciendo cursos en mi afán por dar algo de sentido al sinsentido, pero he de reconocer que lo tengo crudo.

   Llevo más de 40 años en Zaragoza, formé una familia y tuve a mi hija Silvia. No siempre las cosas salen bien pero me quedo con lo bueno. Tras una etapa viene otra y seguí viviendo…

Desde aquí, empecé a subir a la montaña cada vez con más frecuencia. Ahora ya para disfrutar de sus parajes, subir algunas cimas, compartir con mis amigos esos momentos mágicos que sientes al comer junto a un ibón o pisar las cimas nevadas que tantas emociones me producen.

   Además de disfrutar de la naturaleza, me encanta viajar y conocer personas y lugares diferentes, si puede ser de otras culturas mejor. Eso me hace sentir que no somos el centro ni el ejemplo de nada. También leer, escribir, cualquier cosa que me permita seguir aprendiendo.

   Los últimos 16 años los pasé en la Confederación Hidrográfica del Ebro con muy buenos recuerdos y compañeros, hasta cumplir los 60 años que pude jubilarme. Desde entonces intento disfrutar sin prisas de las pequeñas cosas como un desayuno, paseos o charlas con amigos intentando escapar del vértigo diario de querer estar y llegar a todo. Algunos días los dedico a cuidar de unos niños en una guardería y compruebo cómo una sonrisa compensa cualquier esfuerzo y que siempre recibes más de lo que das. También me he comprometido a trabajar más por nuestro proyecto.

   Una vida resumida en unas pocas frases, el resto está por escribir. Pienso mucho en cómo sería mi vida de haber nacido en una tribu de África, en una gran urbe como Tokio o en cualquier otro sitio… Me apasiona pensar en vivir otras vidas distintas. El estar en este grupo es una de las circunstancias en que he tenido la posibilidad de elegir. Dónde nacer o quién fue mi familia me vino de catálogo.

   Gracias a María, que conocí en un curso de escritura, estoy en Las Crisálidas, ya cooperativa. No sé hasta dónde llegaré, pero el momento es ilusionante porque estoy conociendo a personas estupendas y además creo que me ayuda para enfrentar la última etapa de la vida con una ilusión y fuerza que de otra forma se tornaría bastante gris. Siempre he querido volver a mi querido Pirineo, pero al menos de momento, prefiero elegir con quién vivir antes que dónde y es que, si algo he aprendido a lo largo del camino, es que la amistad y el cariño es lo que da algo de sentido a mi vida.

No te rindas, aún estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

M. Benedetti

Ernesto Torcal

Nací en Madrid, donde viví hasta los 17 años, de padres aragoneses, en una familia económicamente acomodada en donde, sin despilfarro, mis cinco hermanos y yo siempre hemos tenido lo que realmente necesitábamos.

   Mi infancia la recuerdo feliz, tanto en Madrid como en los veranos que iba al pueblo de mi madre, en la ribera del Ebro, aguas abajo de Zaragoza. En aquellos años, mis tíos que vivían en el pueblo todavía no tenían hijos y me encantaba pasar temporadas con ellos. Los fines de semana bajaban mis tíos y primos que vivían en Zaragoza y nos juntábamos una buena cuadrilla. Mis abuelos maternos habían tenido 7 hijos y 24 nietos. Mi primera bicicleta me la compró mi abuelo a los ocho años.

   Estudié en Madrid, en los Escolapios, hasta los 14 años. Les planteé a mis padres que no quería seguir estudiando allí y 5º, 6º y Preu, los hice en el Instituto San Isidro de Madrid. Estamos hablando de finales de los 60 y principio de los 70, con todos los acontecimientos que ocurrieron en esos años en contra de la dictadura franquista.

  En el instituto me impliqué en el movimiento estudiantil, lo cual tuvo como consecuencia que con 17 años, en las navidades de 1970, el tristemente famoso Billy el Niño me detuviese en la boca del metro de Moncloa junto a otros dos compañeros. Tres días antes habían detenido a otro compañero en una manifestación, hecho que desconocíamos los tres, que habíamos quedado previamente ese día en ese lugar.

   Pasé diez días en los calabozos de la llamada D.G.S. en la Puerta del Sol (ahora sede de la Comunidad de Madrid), de donde salí el día 31 de diciembre hacia la cárcel de Carabanchel. Era finales de marzo de 1971. Entonces estaba en vigor el llamado estado de excepción, y te podían tener detenido por tiempo indefinido. No llegué a tener ningún tipo de juicio en el llamado Tribunal de Orden Público.

   Mi salida de Carabanchel fue “negociada” con mi padre, a condición de que me marchara de Madrid. Destino: Soria, donde tenía unos tíos.

   Allí estuve seis meses preparando los exámenes de Preu. Cuando volví a Madrid en septiembre para examinarme de un grupo que me había quedado pendiente en junio, una noche a las doce sonó el timbre de casa y dos personajes de la Brigada Político Social pusieron toda la casa patas arriba en busca de “propaganda subversiva”. No encontraron nada, pero nuevamente me llevaron a dormir cinco o seis días a los calabozos de la Puerta del Sol.

   Por este motivo, mis padres me mandaron con mi abuela a vivir y estudiar en Zaragoza en la Escuela de Ingeniería Técnica de Corona de Aragón, para ver si me dejaban tranquilo. Tras una fuerte discusión con mi padre, abandoné mis estudios a finales de curso, me puse a trabajar, me iindependicé y me fui a vivir con mi primera compañera.

  Desde entonces mi residencia ha sido Zaragoza, donde seguí defendiendo mis ideas, ya más ligadas al movimiento obrero.

   La dictadura todavía estaba en el poder, y por estar “rezando” en una iglesia, me volvieron a detener junto con más gente y durante varios días tuve que conocer los calabozos del Paseo de María Agustín. La cárcel de Torrero solo la conozco por fuera.

   En esos años, militando en un partido de izquierdas, conocí a nuestra compañera Ángela. Hacía muchísimos años que no nos habíamos vuelto a ver.

   Con 26 años tuve mi primer hijo. Entré a trabajar en una empresa grande, la Constitución ya estaba aprobada y mi actividad “política” fue bajando, aunque nunca he abandonado mis ideas y siempre he estado en un sindicato, con más o menos actividad.

   En la empresa, pronto empecé a promocionar y pasé por distintos puestos, lo cual supuso tener que vivir temporadas en otras ciudades.

   Participé en la creación de la Tertulia Albada con otros compañeros de la Escuela de Ingeniería Técnica. De la Tertulia siempre he sido socio, aunque mi presencia en los últimos 25 años ha sido muy escasa, pero siempre me agrada recibir el boletín mensual que publican, y poder participar en los miles de actos que han ido organizando en todos estos años aunque, en realidad, la mayoría solo han quedado en la intención. Allí conocí a nuestra compañera Pepa.

   Es posible que sea un poco inaguantable, porque me he divorciado dos veces, me he casado tres y tengo cuatro hijos de mis dos primeros matrimonios.

   A mis 53 años Telefónica me ofreció prejubilarme “voluntariamente”, tal como hacía con toda la plantilla al llegar a esa edad y, aunque económicamente deje de ganar parte de dinero, recuperé mucho tiempo libre para hacer muchas otras cosas. Nunca me he aburrido o pensado que no tenía nada que hacer.

   En mi prejubilación, me separé de mi segunda esposa. Me dediqué a estudiar y practicar distintas actividades (inglés, montañismo, domótica, bailes de salón…) y conocí a mi actual pareja, Lucía.

   Por otra parte, creo que soy una persona dialogante. Rechazo las personas sectarias y dogmáticas, no me importa poner en tela de juicio mis ideas e intentar comprender la idea de los demás, para intentar sacar conclusiones constructivas.

   Siempre he tenido en la cabeza la idea de que, sobre todo en la etapa senior de nuestra vida, había que tener otras formas de vivir. Pero esto estaba aparcado en algún lugar de la cabeza, sin darme cuenta de que el DNI cada vez era más viejo.

   Gracias a que mi cuñada Clara me comentó la idea de acudir a una reunión con una asociación llamada Las Crisálidas, os he ido conociendo y dando forma a las ideas que tenía aparcadas en mi cabeza.

   Espero que, mientras tenga fuerzas, poder desarrollar y disfrutar de esta forma de convivencia, desarrollo y ayuda mutua en el marco del cohousing.

El viaje de Lola

Yo de pequeñita pensaba que no sabía cómo funcionaba el mundo, así que leía y leía esperando encontrar respuestas. Mis padres eran inmigrantes que tan apenas habían ido a la escuela, marcados a fuego por la guerra civil. La atmósfera que se respiraba en casa era asfixiante, tenían mucho miedo de todo e ignoraban casi todo también. Aun así, quisieron darme la mejor educación que pudieron, es decir unos colegios de monjas. El primero fue terrible: represor, castigos y mucha ignorancia. El segundo, menos mal, era progre y mucho más caro. Mi madre quiso siempre que sus hijas fueran libres, así que no tenía ningún interés en que aprendiéramos a llevar una casa, bordar, o tareas similares. Yo era buena estudiante, destacaba en dibujo y lectura.

   De jovencita mis asignaturas preferidas eran la literatura y la física. Era un poco rarita. Al final venció la primera y he necesitado estar en contacto y utilizar medios de expresión como la fotografía, el dibujo, la pintura y la escritura como acompañantes en el viaje de la vida y en el intento de comprender cómo funciona el mundo y yo misma, pero me faltaban códigos y mapa.

   Tuve la opción de estudiar —lo cual agradezco— pero hasta un punto: el que consideraba mi padre que era suficiente. No entendía que la hija de un obrero pudiera ir a la universidad, así que tuve que trabajar (aprobé unas oposiciones) y estudiar (Literatura Española) y no solo eso: tenía tantas ganas de todo que comencé a salir y trasnochar. Claro que mi padre ya no podía decirme nada: yo había comprado mi libertad. Pobre hombre y familia, lo llevé al límite de su paciencia.

 He viajado a muchos lugares lejanos por mi cuenta (en casa ni se enteraban), otra de mis pasiones desde que pude pagármelos.

   Siempre he pertenecido a distintas asociaciones de la ciudad: culturales, trotamundos, grupos de montaña y esquí, e internacionales.

   Y cuando llegó la maternidad, aparqué durante un tiempo mis inquietudes, dejando solo la pintura. Era el viaje más deseado y tierno, y una de mis mejores aventuras. Tuve que viajar y vivir en el extranjero para poder traer a mi pequeño.

   El viaje de la vida continuaba y yo seguía sin saber bien cómo funcionaba el mundo y yo misma, así que después de múltiples actividades hacia el exterior, comencé un viaje largo hacia mi interior, que resultó ser determinante para la persona que soy ahora. Mi segunda aventura, otro viaje sin mapa, intenso y satisfactorio, después de la de mi hijo. Me hubiera gustado haber empezado al revés en mi vida, hubiera sido otra, o tal vez la misma, pero lo importante en vez de qué es lo que se vive, es el cómo, y eso si hubiera sido diferente.

Marian Marqueta

   Nací un 10 de abril del siglo pasado y soy la menor de tres hermanos.

   Toda mi familia es de Zaragoza, de una ciudad en la que al salir del colegio Íbamos a jugar a la calle con nuestro pan con chocolate.

   Infancia triste marcada por la prematura muerte de mi madre.

Estudié en Santo Tomás de Aquino, por aquel entonces colegio liberal y laico pero aún así recuerdo el mes de mayo rezando a la Virgen más que estudiando. Terminé el bachillerato en la academia Cima donde prepare la selectividad, desde siempre quise estudiar Medicina y así lo hizé.

Terminé la carrera en un tiempo difícil donde el trabajo escaseaba y fue difícil encontrarlo.

   He sido Médica de Familia durante 33 años, mi primer destino fue Fabara y el último en Centro de Salud Actur Sur donde he tenido la suerte de tener como pacientes a María y Alfredo que me hablaron de esta fantástica idea en un momento de mi vida en que estaba empezando a plantearme mi futuro en soledad. Estoy divorciada y tengo un hijo que me ha dado dos nietos: Alicia y Daniel.

   Mis aficiones son: lectura, cine, teatro, reuniones con amigos y sobre todo viajar, me he recorrido medio mundo desde Canada a Vietnam aunque ahora que ya me van fallando las fuerzas me voy quedando más cerca.

   La idea de afrontar esta última etapa en compañía me parece muy interesante, a pesar de todas las dificultades, ahí estaremos haciendo camino al andar.

María Carmen Plou

Soy de Teruel

Nací en 1955, en Blesa, un pequeño pueblo de los confines de Teruel, donde de niña bailaba encima de los zapatos de mi padre, que tenía un rio, una escuela con niñas con quienes jugar a la comba y una maestra amable que me impulsó a sentir que de mayor sería maestra. Pero las niñas emigraron, el río fue trasvasado a través de un canal, yo continué el estudio por libre del Bachillerato y no fui maestra.      

Así pues, no acerté a imaginar cómo sería mi vida, que ha ido sucediéndose y adaptándose a las circunstancias que llegaban, esas a las que doy un sí silencioso, a veces apenas perceptible, y que van marcando mi disponibilidad y mi pertenencia.      

El modelo de una amiga me inspiró para trabajar en una oficina y después, también emulándola pasé a trabajar en la Universidad por casi 43 años, donde de inmediato conocí la existencia de viajes maravillosos, de psicólogas, la importancia del cuidado personal… y se abrió una etapa de enriquecimiento y constante superación en un gran colectivo humano.    

 Por otra parte, mi entorno familiar se amplió con mi pareja (José Antonio, que murió joven) y mis hijas Esther y Beatriz, y hoy con mis nietos Martín, Úrsula y Ernesto, y siempre he estado cercana a la vida de mis padres y hermanos. Y ampliando el círculo de relaciones, formo parte de una extensa familia política, de los vecinos de mi barrio donde todos nos conocemos y un poco más tarde del grupo de amistad de la Tertulia Albada y de las danzas.      

Decir “la tertulia” es referenciar otro capítulo importante de mi vida donde me sentí pertenecer desde el momento cero. Mis aficiones cobraron fuerza en esta etapa, a veces estimulada por el grupo, otras sintiendo que yo formaba parte de su engranaje de funcionamiento. Y siempre con el modelo de conjuntar en el abanico de actuar la familia y la amistad.

Mis placeres son sencillos: ir en bici es casi el primero, pues si soy capaz de subirme al sillín, otro mundo se abre ante mi, existiendo solo el momento presente, y me ha llevado desde disfrute de ir y volver al trabajo, hasta el de recorrer algunas de las vías ciclables importantes de Europa. En este placer se unen ejercicio, aire libre, amigos, familia y viajes ¿qué más se puede pedir? Y las danzas del mundo, en pugna

por el liderazgo con la bici, han sido otra de mis grandes pasiones, conjuntándose en las mismas también los amigos, mis hijas, el aire libre, la música, el movimiento y los viajes (me repito, pero así es).

Y entre los mejores regalos que he recibido están los aprendizajes que las personas y los libros me brindan y que absorbo selectivamente, y por supuesto, saberme querida, sentirme querida, quererme a raticos. Y el compartir un baile, una danza de la mano, un paseo, una tarea, un viaje, una comida, una llamada telefónica o un ir al cine. Y por todo ello, en uno de mis perfiles está la imagen de un diamante como recuerdo y gratitud por los destellos que me han sido brindados y que me constituyen, aunque no los recuerde exhaustivamente.

¿Y Las Crisálidas? Sois un grupo que siento abierto y disponible y con el que aún han de crecer las relaciones personales y hacerse realidad los nuevos proyectos que nos unan. No sé si me cuesta soltar amarras o lo que me cuesta es anclar nuevas ilusiones, pero estoy disponible, aunque tenga una vida ocupada todavía.      

Estoy contenta con lo vivido hasta aquí y creo que no tengo prisa ni miedo a morir y tampoco deseo vivir más allá de una vida relativamente sana, aunque la llegada a la vejez, esa a la que poco a poco me voy acercando y que mi nieto percibe (“Yaya eres muy, muy vieja”) me da un poco de vértigo, e intuyo que estando cerca de iguales será más gratificante. El factor suerte y la cercanía de los demás ha estado de mi parte muchas veces, como siento que seguirá siendo a través de Las Crisálidas. Gracias por estar ahí. Seguiremos conociéndonos y compartiendo.

Maribel Oliver

Retazos de vida

Soy una mujer nacida en los 60, que pasó su infancia disfrutando de la vida en el pueblo durante el largo verano, en un Teruel en el que todavía había gente todo el año, y que crecí en la cultura del trabajo y del esfuerzo. Hija de obreros, que me educaron y apoyaron para que me formará en la universidad y tuviera un futuro con más opciones de las que tuvieron ellos.    

Pronto empecé a trabajar y he tenido la suerte de que mi trabajo me apasione y consiga que me implique totalmente. Junto a mi pareja hemos formado una numerosa familia con tres chicos que ya son adultos y casi independientes.

Durante toda mi vida he tenido una gran ilusión, viajar, conocer mundo, gentes…, y disfrutar de todo lo que me rodea. Aunque me incorporé tarde también he disfrutado mucho, y pienso seguir haciéndolo, de los paseos y rutas en bicicleta con gente estupenda que siempre me aporta.      

En este momento de mi vida, aunque aún esté activa laboralmente y todavía tenga hijos en el “nido”, he empezado a pensar en cómo quiero que sea mi futuro, y creo que quiero estar con personas con las que me encuentre bien y con las que pueda compartir vivencias, aportando y recibiendo cada día y, en definitiva, viviendo tranquila y feliz.    

 Estas líneas son un pequeño esbozo de mi vida que comparto con vosotros, que espero y quiero que forméis parte de ese futuro que nos espera.

Caco

Me llaman Caco porque mis hermanos pequeños me llamaban Camen, Macamen y Caco, los niños son cacofónicos

Al final me quedé con Caco, pero en DNI soy María del Carmen Sanz Foz. Nací en Zaragoza en un mes de agosto a mediados del siglo pasado. ¡Me gusta esta ciudad!      

Estudié en colegio de monjas ¡cómo no! Luego, el instituto. Como soy la mayor de siete hermanos, me tocó la responsabilidad de ser segunda madre y esto es difícil si eres una niña, aunque supongo que después me ha servido para ser como soy.  

De joven trabajé de cuidadora, acompañando a personas invidentes o mayores y como dependienta en el verano y navidades. A la vez estudiaba en horarios nocturnos, ya que en casa se necesitaba mi aportación.

Mi padre trabajaba por las mañanas en la Confederación Hidrográfica del Ebro y por la tarde hacía el taxi. Mi madre daba clases de francés y tricotaba preciosos trajes de punto para bebés. Cuánto agradezco lo que trabajaron para sacarnos adelante y pasarnos un ejemplo de vida.

Por fin me coloqué en una clínica dental, trabajo en el que he estado hasta la jubilación, primero como higienista y luego como ayudante en cirugía.

Mis aficiones son viajar, la fotografía, la música (sobre todo el jazz) y la montaña, donde he tenido la suerte de organizar durante unos años la sección de mi club y conocer a grandes amigas y amigos.      

Recuerdo con nostalgia las vacaciones en el Valle de Hecho con la familia y amigos. Me encanta bailar danzas del mundo, el cine, la lectura.

En mi habitación infantil tenía una pequeña librería con libros de aventuras y viajes que leía de noche debajo de las sabanas, con linterna para que mi madre no viera la luz. También me gustaba ir a los hospitales a leer a las personas que no podían hacerlo.  

Estuve casada, ahora divorciada, feliz con la vida que llevo después de superar peores circunstancias, aunque la felicidad son ratos y momentos muy ligados a la superación de los problemas que podamos tener y aprendiendo cada día.      

Muy ilusionada en el proyecto que tenemos entre manos, al tiempo que preocupada por cómo llegaremos a conseguirlo, pero entregada a la causa, con la ilusión de ir conociéndonos y hacer un buen grupo para la vida en común.      

Nunca olvido que… “La vida es eso que pasa mientras hacemos planes de futuro”.

Concha Nasarre

Con los pies en el suelo y la cabeza en los cielos

La verdad es que no me gusta mucho hablar de mí misma. Ni escucharme. Ni escribirme. Y no sé si empezar por el principio o por el final, porque todo está interrelacionado y no sería la que soy sin lo que he vivido.        

Nací en noviembre de 1957. Soy una sagitario que se identifica con su signo: emprendedora, viajera, optimista, independiente y cabezona. Si me propongo algo voy a por ello hasta conseguirlo, pero nadie me obligará a hacer nada que no quiera o me parezca injusto.      

Ya de niña me encantaba leer. A los siete años dije que de mayor quería ser lectora, y, como parece que no fue sólo una gracia de niña, estudié Filología Hispánica y he dedicado los 37 años de mi vida profesional a ser bibliotecaria o a trabajos relacionados con los libros en distintas instituciones. Siempre en Zaragoza.      

Y ahí viene otro de mis rasgos: nací en Zaragoza, siempre he vivido aquí, y llevo la ciudad en el ADN. Aunque he tenido periodos de desapego (en la juventud), ahora sé que no podría vivir en otro lugar. Es mi casa, la conozco bien, y me muevo por ella como por territorio aliado.

Para mí la ciudad no es sólo la geografía, sino su vida, sus gentes. Por supuesto los amigos, la familia, los compañeros de trabajo. Pero también todo ese tejido social con el que colaboro y he colaborado.      

Mis padres eran conservadores, pero durante toda su vida, prácticamente hasta su muerte, participaron en distintas asociaciones y colectivos. Eso es parte de mi herencia. Desde que entré en Scouts cuando era adolescente, toda mi vida he participado en organizaciones que promovieran una justicia social en un aspecto u otro. He sido activista en movimientos ecologistas, organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, de desarrollo como Fundación Vicente Ferrer…, he participado en la Coordinadora de Organizaciones Feministas, en la Federación de Barrios…y muchas otras, algunas de ellas dedicadas al fomento de la lectura y la cultura.      

La lucha contra el trasvase me llevó a hacerme militante de Chunta Aragonesista, donde permanecí más de una década y tuve cargos(= cargas) orgánicos, institucionales y de representación. Esos años aprendí mucho sobre la naturaleza del género humano, conocí “La red profunda” de la ciudad, y descubrí la diferencia entre intentar cambiar las cosas desde la oposición y la calle, y tener en tus manos la posibilidad de cambio.      

Mi padre era un intelectual al que le hubiera gustado que yo fuera una erudita al estilo de las del siglo XIX. Mi madre era ama de casa y habilidosa. De esa síntesis, cada uno tirando para su lado, yo soy predominantemente intelectual, pero me encanta hacer todo tipo de manualidades. Me descansa, relaja, y siempre tengo que tener algo entre manos.      

Me apasiona todo lo relacionado con el poder de la mente, lo esotérico, y creo en lo que no se ve casi tanto como en lo que se ve. Intento descubrir recursos que me ayuden a vivir mejor. Utilizo la aromaterapia, la meditación…y no voy a desvelar todos mis secretos.        

Y creo que va siendo hora de terminar.      

Lo más importante de mi vida: mis dos hijos.      

Lo que me da más miedo: la muerte, la enfermedad, el sufrimiento de las personas a las que quiero.    

Cuando teníamos 20 años, con las compañeras-amigas decidimos montar una comuna. Nos sentíamos “hippies”. Iríamos a vivir al campo. Sólo había un problema: no nos poníamos de acuerdo en los chicos a los que invitaríamos a vivir con nosotras. Porque, eso sí, queríamos uno para cada una. En menos de dos años todas teníamos novio y el sueño comunal se había desvanecido.      

Ahora parece que el sueño ha vuelto, madurado, seniorizado, capitalizado, pero algo pervive: el deseo de una vida en común, de compartir, sonreír, disfrutar, vivir en paz.

María Yus

La chica que soñaba en colores

En aquellos años grises de mi adolescencia y primera juventud, yo soñaba en colores. Quizá eso me salvó de caer en la filosofía maniquea que me rodeaba. Todo lo que me gustaba estaba mal visto. Por eso, al poco de hacer la primera comunión dejé de pasar por el confesionario que me amargaba la vida. Soñar despierta en colores me daba oxígeno ante a una realidad mezquina, me llenaba de energía para nadar a contracorriente. Sí, era una chica rara en mi entorno. Por la noche, bajo las sábanas con un transistor, escuchaba en emisoras extranjeras la música prohibida. Recordaréis Je t’aime moi non plus, por ejemplo. Y lo último de la música que me llegaba de los festivales contra la guerra de Vietnam con aquellos hippies vestidos de flores de colores, como mis sueños. De ahí nació una rebeldía contra el sistema difícil de gestionar con mi mundo exterior.      

Mala estudiante, contestona. Para mi padre era una avispa roya por mi terquedad. Pero claro, cómo explicarle que soñaba con estar en el festival de Woodstock. Eso se quedaba para mí como un sueño imposible. Pese a todo, trabajé desde los catorce años en una fábrica de zapatos y cumplía sin esfuerzo con mi obligación de entregar en casa el sobre con la paga semanal, imprescindible para llegar a fin de mes. Qué menos después del ejemplo del trabajo incansable de mis padres para sacar adelante a cinco hijos en tiempos de hambre, en aquella larga posguerra.

 Pero sabemos que la juventud lleva adherida en sus genes el ansia de experimentar y vivir el momento, que no desaproveché. Los bailes en los guateques, con Los Brincos, Adamo… los primeros novietes, el primer beso. Tenía la edad perfecta para reír por cualquier cosa, y de disfrutar a pesar de todo. No obstante, mis ideas contrastaban con mi entorno. Amigas que buscaban a toda costa un novio oficinista y con traje mientras que yo, romántica empedernida, anhelaba el amor aunque fuera de un obrero con mono. En consecuencia, me fui escorando a la izquierda, mi sitio desde que tengo memoria. Cambié de amigos y los guateques por carreras delante de los grises. 

Conocí a las mujeres libertarias de la CNT, valientes maestras del feminismo. Y con mis nuevos amigos asistía a los locales donde actuaban La Bullonera, Joaquín Carbonell y el añorado Labordeta. Luego llegaban los vinos hasta las tantas de la noche.

En una quedada conocí a Alfredo. Flechazo a primera vista. Y, mira por donde, era oficinista con traje. Menos mal que mi mala influencia y las ganas de cambio de él hicieran que pronto calzara vaqueros y se dejara barba, para disgusto de su madre. No me equivoqué. Ha sido el compañero tolerante, feminista, con el carácter justo para mantener sus principios y con una gran curiosidad que le ha proporcionado una amplia cultura autodidacta.      

La lectura ha sido uno de mis refugios. Yo no he ido a la universidad, pero en mi familia el culto a la lectura ha sido una constante. Cuentos para la pequeña, tebeos de mis hermanos, novelas del oeste, casi siempre cambiadas o compradas de segunda mano. Más de una vez acompañaba a los tatos al coger cardillos que vendíamos a las amas de casa, limpios de pinchos. Con el dinero que sacábamos nos daba para ir al cine. No podía perderme Godzilla o comprar alguna novela de viejo, La Isla del Tesoro o Huckleberry Finn. Casi siempre lecturas de chicos, la verdad es que me gustaban más que las ñoñas novelas de chicas. La llegada del Círculo de Lectores nos puso al alcance de la mano clásicos memorables. He vivido mil vidas a través de los libros, he bailado en la Plaza del Diamante como si fuera la Colometa y he conocido a Aureliano Buendía en su Macondo natal.

Con el cierre de la fábrica de zapatos me puse a estudiar para paliar mi fracaso escolar y… descubrí que me gustaba. Aprobé oposiciones a pinche de cocina y trabajé en el hospital de Barbastro y luego en el Miguel Servet, donde más tarde cambiaría a costurera. El trabajo, los viajes y la convivencia con Alfredo, fueron conformando una situación de estabilidad construida sobre la base del mutuo respeto. Así, decidimos regalarnos un cielo y nació Alejandro. Le amo, y encima se lo merece.      

Con el paso de los años he ido valorando cada vez más el ejemplo de mis padres. Trabajadores, bondadosos, héroes para mí. Mi casa era tierra de acogida para todo el mundo. Nos gustaba pasar el rato delante de la estufa con la madre de todos, la mía. Ellos fueron queridos y respetados por quienes les conocían. He pretendido imitarlos en la difícil tarea de ser buena persona, no sé si lo conseguiré.      

Hace mucho tiempo soñé en formar parte de un proyecto de vivienda colaborativa. Al día de hoy estamos cerca de conseguirlo un grupo de personas tan llenas de ilusión como yo. No le puedo pedir más al destino. Convivir con los que, sin duda, serán mis amigos, mi familia, es un sueño cumplido. Gracias.

Alicia Aliaga Traín

Bajo con otros cuatro jóvenes, en un cuatro latas, de una excursión por el Pirineo, vamos cantando la melodía de la película de  Amarcord.  Qué buen recuerdo!

Los viajes a lugares naturales son una válvula de escape a la vida urbana.

Paso la infancia en Muel, dónde nazco, dónde los chicos y chicas exploramos cada rincón del entorno que nos ofrece novedad o misterio.

El huerto familiar es otro gran recuerdo de vivencias felices.

Me licencio en Geografía, en el estudio del medio que nos rodea.

En la búsqueda del primer empleo se me cruza el Ayuntamiento de Zaragoza que saca a oposición las primeras plazas de técnicas socioculturales. Toda mi vida profesional está relacionada con la dinamización de  los equipamientos socioculturales de proximidad en los barrios. Cercana a mi jubilación, espero haber facilitado la realización de proyectos a la ciudadanía.

No puedo rechazar una experiencia de dos años en la montaña, como brigada voluntaria en la reconstrucción de Morillo de Tou, y como responsable de su Escuela de Guías de Montaña. Qué experiencias más intensas!

Cumplo mi sueño de rehabilitar la casa de mis abuelos en el pueblo, y vivo en ella durante los años en que mis hijos van a la escuela. Los estudios de éstos y mi trabajo me hacen retornar a Zaragoza, pero los veranos los disfrutamos en el pueblo.

Ahora se reduce mi círculo, por cuidados y confinamiento, apenas tengo posibilidad de  respirar el aire sano del campo. Por ello abro, a menudo, una ventana virtual a diferentes parajes naturales.  Mi proyección social ha sido muy amplia: la Asamblea Ecologista, el sindicato, IU, la Tertulia Albada, la Asociación de Protección del Patrimonio Cultural y Natural, Greenpeace y, en estos días, activa en la Red de Cuidados de las Delicias, y en tejer lazos con amigos de Las Crisálidas con los que quiero compartir  futuras vivencias vitales.