Tres generaciones, prisioneras de un pasado tenaz.
La historia de una familia que es parte de la Historia de Argelia; el antes y el después de su independencia de los franceses. Una familia cuyo patriarca, Ali, se las tiene que ver con tres poderes a los que están sometidos los cabileños, sin que se sepa cuál de ellos representa el mal menor: por un lado, el FLN, un movimiento guerrillero que ofrece resistencia armada al colonialismo francés, por otro lado los invasores franceses, y el mismo gobierno, el Caíd, a quien nadie respeta.
En 1930, Ali es un adolescente en Cabilia, de etnia bereber, donde también ha llegado la colonización francesa. Se funciona por jerarquías familiares. Se vive del cultivo de olivos y su familia consigue destacar en su procesado y tiene un estatus social superior.
Ali participa con el ejército francés en la II Guerra Mundial. Monte Cassino. Cuando vuelve no cuenta nada.
Cuando se crea el FLN no toma partido, pero estará con el ganador, con quien le pasa una pensión. Cada vez se acerca más al gobierno francés, mantiene la confianza de su pueblo a quien le libra de algún conflicto, en la guerra entre Francia y el Frente de Liberación Nacional. Ali piensa que los franceses no van a irse.
Los acuerdos de Evian, propiciados por De Gaulle, en los que les dicen que los van a proteger, no lo hacen. El miedo a la revolución lleva a Ali, en 1962, a irse a Francia. Allí son acogidos en un Campo de Refugiados, sin nada propio y con muy poco que el gobierno francés aporta. Son harqueños, argelinos del lado francés, y quedan protegidos de la violencia del FLN. Pasará a ser un obrero en una fábrica, a llevar a sus hijos al colegio, tiene estabilidad, pero Francia no les integra.
Ha perdido su país y pierde el sueño de Francia.
Pierde su estatus jerárquico, está en lo más bajo de la escala social. Se olvida de su vida anterior, de sí mismo, para sufrir menos. Pierde su capacidad de pensar en el futuro, no comprende la nueva lengua. Pierden sus prácticas religiosas, están contaminados por otra cultura. Hasta pierden el ritmo de la naturaleza, engullidos por una gran ciudad y los barrios obreros.
En Francia pasan a ser personas sin historia. Ali no incorpora al relato de su vida los acontecimientos históricos que él vive.
Hamid, el hijo de Ali, ha vivido su infancia en Argelia. En Francia le persiguen las pesadillas del miedo pasado en su país de origen.
Sus amigos, sus estudios le separan de su familia. Se avergüenza de sus padres ante sus amigos, no saben francés y no pueden integrarse. El idioma separa al hijo de su padre, aumenta la distancia entre ambos. Se avergüenza del trabajo de su padre en la cadena montaje, ha perdido su fuerza y estatus, no celebra el Ramadán. Su padre no representa una fuerza contra la que rebelarse.
Procede de un país, pero no pertenece a él, también lo ha perdido.
Pierde la lengua árabe, lo que aumenta su incomunicación con los suyos. Pierde el reconocimiento de pertenencia a una familia.
Mantiene los miedos de su padre a un país perdido, a escribir el relato familiar Hamid se reinventa, “el pasado está muerto”
Para Naïma, Argelia, el país del que procede su familia, ha sido durante mucho tiempo solamente un telón de fondo sin mucho interés. Sin embargo, en una sociedad francesa agitada por hechos terroristas violentos y un intenso debate identitario, todo parece querer devolverla a sus orígenes. “No lo conseguiré”. Se le abren heridas, le persiguen fantasmas. “He olvidado de dónde vengo”.
Naïma quiere rescatar y no perder la historia familiar, tanto la francesa, ante el silencio, como la magrebí que permanece en Argelia, porque desconoce lo que allí ha pasado y pasa. Necesita hacer un viaje para saber. Es consciente que ha perdido la historia familiar. Pero ¿qué relación puede tener ella con una historia familiar que nunca le han contado? Ha perdido un país ¿Cómo hacer resurgir del silencio un país? Ha perdido su sentido de pertenencia, su hogar, porque no le han transmitido.
Le surgen muchos miedos a un país perdido, a un relato familiar perdido.
Los temas en que incide la novela:
Una lección de la historia del colonialismo contemporáneo. La colonización francesa se llevó a cabo por vías múltiples y oscuras. Se hacen con el 90% de las tierras productivas dónde implantan una agricultura exportadora. Mantienen el colonialismo económico actual sobre recursos energéticos y geopolíticos. No se han respetado las culturas indígenas, como la bereber, no han tenido un verdadero reconocimiento político.
Francia sigue devorando Argelia, a su territorio y a sus jóvenes que allí llegan y son explotados.
Hay una clara toma de posición frente al colonialismo.
La emigración. Personas que llegan con miedos, con muchas pérdidas, con gran dificultad de comunicación al perder su lengua. Son recibidos con muchos estereotipos, de violencia y radicalismo, sobre el mundo árabe. El Estado les olvida, sienten el miedo y odio de los franceses, algunos se radicalizan y encuentran en el islam una identidad y sentimiento de pertenencia. La adaptación requiere mucho talento, son verdaderos héroes.
La identidad. Un inmigrante argelino en Francia, ¿es francés o es argelino? Ni lo uno ni lo otro. En la historia de Francia-Argelia son harqueños. Se sienten divididos, por su derecho de sangre son argelinos, por su derecho de suelo son franceses. Hay que entrenarse en el arte de perder para integrarse en una sociedad distinta.
El título de esta laudable obra proviene del primer verso de un poema de Elizabeth Bishop: «No es difícil dominar el arte de perder/tantas cosas se empeñan en perderse, que su pérdida no es ningún desastre». El poema no sólo le da sentido al título de la novela de Zeniter, sino que a lo largo de sus cinco tercetos enseña que la tan trillada identidad puede ser algo muy trivial.
La Editorial Salamandra explica que ésta es una gran novela sobre la libertad de ser uno mismo, por encima de las herencias y los imperativos íntimos y sociales.
Coinciden la libertad de ser uno mismo con el arte de perder.
Un libro de cura colectiva